Me despertó el sonido de las sirenas de las ambulancias y de la policía, asustado, salí corriendo a buscar a mi madre,cuando me asomé a su habitación había ropa por el suelo y ella no estaba. Grité asustado, fui a buscar a mi hermana, sentada en su cama, se ahogaba, no podía respirar. Estaba solo.

Salí a la calle a buscar ayuda. Gritaba. Las calles vacías, solo se oían esas sirenas, no había nadie, yo corría. Siempre las sirenas. Me desperté en una cama, en un pabellón enorme rodeado de muchas más camas y de enfermeras y médicos que corrían de un lado a otro. Mi hermana estaba en otra cama, a mi lado, llena de tubos, busqué a mi madre, miraba, preguntaba a todo el que pasaba, ni caso, nadie se paraba. Seguía oyendo las sirenas. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué ha pasado?

Durante unos instantes pasaron por mi cabeza aquellosbuenos momentos en que habíamos estado todos juntos, los veranos en el pueblo, Santa Águeda, los Mayos. Me llené de ganas de seguir adelante, de luchar, buscar a mi madre, cuidar de Irene. De repente, silencio, las sirenas ya no estaban. Empecé a oír voces. ¡Pablo, Pablo! ¡Oye hijo! ¡Pablo, cariño! ¡Chache! ¿Estás bien? ¡Oye! Eran mi madre y mi hermana.

Había sido una pesadilla, pero aun así me sentía muy mal. El ‘estado de alarma’ no había acabado, aunque nosotros estábamos bien, mucha gente seguía muriendo. Las sirenas era lo único que se oía en las calles.

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