POR LUCIO GÓMEZ SALAZAR
La tradición cristiana cuenta que San Antón a la edad de veinte años sintió la llamada de Dios, vendió todos sus bienes y se retiró al desierto a llevar una vida ascética y contemplativa.
A la muerte de su amigo Jerónimo de Estridión, el santo le dio cristiana sepultura ayudado por animales salvajes, de este hecho procede que sea el patrón de los sepultureros y de los animales.
La leyenda de los milagros que realizó a lo largo de su vida, narra cómo empezó su relación con el gorrino. Un cerdo salvaje tuvo una piara de cochinillos ciegos, el animal intercedió al eremita para que les devolviera la vista, este oró a Dios y puso sus manos sobre ellos y los gorrinillos recobraron la vista milagrosamente.
En agradecimiento, el cerdo acompañó al santo durante toda su vida en las montañas, dedicada a la oración y entrega a los pobres.
La iconografía cristiana representa a San Antonio Abad con un gorrino domesticado a sus pies, señal de victoria sobre el mal por las tentaciones a las que el diablo sometía al santo en apariciones en forma de cerdo, cuando este ayunaba en el desierto; imagen de poder sobre la suciedad e impureza de su raza. En el siglo pasado, los que tenemos una edad, hemos visto deambular al gorrino por las calles de nuestro pueblo.
Con una campanilla atada al cuello. La esquila avisaba a los lugareños que se acercaba y debían echar comida para su alimentación. Salvado, cebada, patatas, restos de comida eran lo más frecuente, y el cerdo sabía distinguir
entre las casas, parándose en las que ofrecían mejor comida. Cuando caía la noche, el gorrino tenía privilegios, podía elegir casa donde pernoctar, se le acomodaba en cuadras, corrales y lugares destinados para el ganado.
En aquella época las calles estaban sin asfaltar y había baches. Como llovía de manera habitual, se formaban charcos donde el gorrino se revolcaba, si estaban secos los vecinos los llenaban con cubos de agua para su deleite y aseo.
El respeto al gorrino era símbolo de devoción al santo, al cual se imploraba la protección de todos los animales de la casa. Pero no todo eran mimos, algunas veces los muchachos la emprendían contra él, tirándole piedras y dándole palos con varas para reírse y pasarlo bien a su costa.
Si alguien de edad observaba este maltrato les regañaba amenazándoles con los mayores castigos terrenales y divinos. Alguna sanción ejemplarizante, por parte de las autoridades locales, hubo por hechos de este tipo.
La Hermandad de San Antón adquiría el cerdo con el objetivo de obtener ingresos y poder sufragar gastos de la fiesta y los arreglos más prioritarios de la ermita con su rifa. El agraciado con el premio tenía la obligación de comprar un lechón para el año próximo. La tradicional rifa se mantiene intacta entre la población.
Aunque la fiesta de San Antón se sigue celebrando en Corral con gran arraigo, sobretodo en el arrabal, he querido recordar alguna tradición ligada a ella que ya ha desaparecido.
Enero, año del señor de 2018