POR LUCIO GÓMEZ SALAZAR
El viento solano batía las colgaduras y banderolas que aún quedaban en la Plaza Mayor de las pasadas fiestas patronales, estaba semidesierta, tan solo dos ancianos sentados en un banco comentaban cómo la villa se iba despoblando de jóvenes ante las pocas oportunidades de trabajo, muchos habían decidido marchar a la ciudad en busca de un futuro mejor.
Uno de los ancianos dijo que en la tertulia del casino el farmacéutico comentó que en Radio Nacional habían dado la noticia que un señor muy importante de Estados Unidos iba a venir a España y con su llegada se acabarían todos los problemas que nos acuciaban(1). De las cuatro bases una se construiría en la llanura manchega en el término de Villatobas. Comenzó su construcción en el año 1955 y concluyó en el 1958 dotada con un radar de alerta y control con referencia tan nuestra: Matador.
Se rumoreaba en bares, tabernas, tiendas e incluso en la Iglesia que el señor que tenía que venir se retrasaría y para hacer más llevadera la espera nos enviaría comida para alimentarnos mejor porque en España estamos mal nutridos, y cuando llegue quiere que todos tengamos un aspecto más saludable.
El envío no se hizo esperar, un día ante la sorpresa de los alumnos del colegio de la Salle y sin saber cómo, aparecieron en las aulas unos bidones de cartón piedra que contenían un polvo amarillento y unas bolas rojas que no sabíamos qué eran, nos obligaban a beber ese polvo disuelto en un vaso de agua y comer una porción de esa bola al día aseverando que creceríamos mucho y seriamos tan fuertes como Sansón. Algo no encajaba, casi nadie bebía el brebaje y los trozos aparecían esparcidos por el suelo del patio y calles adyacentes del colegio.
La base de Villatobas se inauguró en 1958 y había sido financiada por los americanos para el uso conjunto de los dos ejércitos con mando norteamericano denominada 871 SQN Ángel Guardián de la USAF.
El primer comandante aliado de la base se llamaba Julius K. Brown, era de raza de negra, medía casi dos metros de estatura y viajaba en un Chevrolet descapotable de color azul turquesa, la gente decía que era el nuevo rey Mago Baltasar enviado por aquel que tenía que venir.
Una tarde de avanzada primavera, el profesor nos dijo que los alumnos que quisiéramos podríamos visitar el acuartelamiento cercano, por invitación expresa de su comandante. Todos esperábamos con nervios la visita. En el día señalado aparecieron unos autobuses que jamás habíamos visto, de color amarillo, grandes, amplios, dentro no hacía frío ni calor, las puertas se abrían y cerraban con una palanca que manejaba el conductor.
El viaje duró media hora escasa, incluido el tramo de acceso que iba desde la carretera nacional a la entrada del recinto. Al descender de los autobuses, nos esperaba el comandante para darnos la bienvenida. En tan corto espacio de tiempo aparecimos en un mundo distinto, que nos hizo abrir los ojos como platos ante lo que observábamos en el entorno.
Había como una balsa rectangular llena de agua azul dividida por cuerdas que flotaban donde nadaban auténticos tarzanes, recintos donde gente jugaba a pasarse un balón más grande que el de futbol para introducirlo en una especie de cesto que colgaba de un tablero de madera (años después, este juego se haría popular en España y daría muchas alegrías con los hermanos Gasol). En otro espacio había una red sujeta por dos tubos en sus extremos y separada del suelo como un metro, desplazaban la pelota con las puntas de los dedos hasta que uno de los jugadores la mandaba al otro lado de la red lo más fuerte posible para ganar el punto.
En el interior, cocina y comedor con aparatos que no conocíamos, frigorífico, tostador, horno, lavaplatos. En la zona de alerta y control había una estancia grande, perfectamente iluminada con una luz que parecía de día. De sus paredes colgaban relojes esféricos enormes que marcaban una hora distinta y mostraba un nombre debajo de cada uno (Tokio, Seúl, Hong Kong, New York, Washington, Londres, Berlín, Moscú, Madrid). Una gran pantalla transparente donde los soldados situaban posiciones de aviones y barcos a la inversa de su visión.
Cuando acabamos la visita a la base, en la puerta de salida, nos despidieron unos soldados enormes que hablaban en una lengua que no entendíamos y nos ofrecían unas rosquillas muy dulces que portaban en unos palos largos y golosinas que no conocíamos (eran donuts y gominolas). La experiencia vivida y lo que pude ver en el interior dejaron tan perpleja mi mente infantil que aún perdura en mi recuerdo.
Al año siguiente en las fiestas, el comandante de la base y su mujer lucían imponentes, sobretodo él, con el uniforme de gala del ejército del aire de los Estados Unidos, eran los invitados de honor del municipio. Acabadas las fiestas, el viento solano volvía a batir las colgaduras de la plaza y los ancianos comentaban que el señor de EE UU no acababa de llegar.
Los jóvenes seguían marchándose en busca de un futuro... Pero lejos de su pueblo.
Octubre de 2019
1. El 26 de septiembre de 1953 se firmaron Los Pactos de Madrid entre EEUU y España, este acuerdo establecía que el primero instalaría cuatro bases militares de utilización conjunta a cambio de ayuda económica y armamento de guerra que reemplazara a los vetustos pertrechos del ejército español, procedentes de la Guerra Civil. Con estos acuerdos, saldría del aislamient que occidente sometía a España después de acabar la Segunda Guerra mundial por haber sido
amiga del EJE italo-alemán.