POR MARÍA CARO DE LAS HERAS
Durante siglos, la raza humana se ha visto atraída por el mundo de lo oculto: el oscuro misterio de la clarividencia. Hoy en día, este arte se practica en todas las sociedades, abierta o clandestinamente. Su resistencia al paso del
tiempo quizá sea debida a esa ansiedad –profundamente humanapor conocer lo impredecible. Pero… ¿qué tiene que ver todo esto con un mito griego? Pues precisamente esta es la historia de una adivina: una joven a la que se le entregó el don de la profecía. Un don que se volverá maldición. Porque no hay peor desgracia para una profetisa que prever el futuro sin ser creída…
El mito de Casandra nos cuenta la historia de la joven princesa troyana cuya belleza deslumbró al dios Apolo. Este, movido por el deseo, la sobornó: el don de la adivinación a cambio de ser su amante. Casandra aceptó el don. Sin embargo, no estaba dispuesta a perder su virginidad y este rechazo a Apolo fue el inicio de su desgraciada existencia. El dios, sintiéndose completamente humillado, le escupió en la boca, quitándole el don de la persuasión.
Casandra había transgredido el canon tradicional de mujer sumisa y obediente establecido desde tiempos inmemoriales y debía ser castigada por ello. Porque qué ocurre cuando ELLA se rebela, cuando alza la voz, cuando quiere que se la escuche. ¿Y si la joven no desea convertirse en “la esposa de” sino en ella misma? ¿Y si no está dispuesta a complacer a un hombre –o a un dios? Pues se la margina, se la ridiculiza, se la calla. En definitiva, ELLA se vuelve invisible.
Así, Casandra vivió el resto de sus días conociendo el futuro y haciendo profecías que nadie tomaba en serio. Tachada de loca, suprimida, silenciada, vio cómo hasta su propia familia se avergonzaba de ella. No obstante, ante la visión de una cercana guerra en Troya no dudó en salir por las calles gritando sin ser escuchada. Sufriendo impotente el conocimiento del futuro sin poder hacer nada por evitarlo porque el mundo no quería oír la verdad.
Incluso hoy en día podemos ver el rastro silencioso de este tipo de sociedades patriarcales en las que lo femenino es sinónimo de debilidad, de carencia: la mujer es destituida del lugar público, arrastrada a la prisión de una casa y enseñada desde niña cuál es su papel en la historia: el de la obediente y sumisa ama de casa. No se aceptan aportaciones: se ignora la intuición femenina, los numerosos avisos por parte de las “Casandras” de cualquier época. Si alguna de ellas acierta será casualidad…”
Porque al fin y al cabo, las corazonadas, las intuiciones o las profecías no encajan en la sociedad racional, lógica, analítica… y masculina. Y esto no solo ocurre con las mujeres. Otro ejemplo actual está en la ciencia. Muchos grandes ecologistas, científicos o médicos han avisado de acontecimientos futuros, curas o innovaciones que en su momento nadie tomó en serio. Muchos de nosotros en nuestro interior pensamos que tan solo es una estimación y, si eso ocurriera, ¿por qué me tendría que suceder a mí?
Así va pasando el tiempo, sus voces van siendo eclipsadas y… Troya es destruida “por sorpresa”.
Casandra observó con impotencia cómo aceptaban el gran caballo de madera que ella profetizó como la perdición, y cómo en Troya se empezó una masacre que pudo haber sido evitada si la hubieran escuchado.
Si hay algo claro en esta historia para mí es que hasta que la sociedad no deje verdaderamente atrás los roles impuestos (la valentía, la fuerza, la razón para el hombre; la creatividad, la intuición o la imaginación para la mujer) nunca llegará siquiera a acercarse a la utópica sociedad libre para expresar sus ideas y con el derecho a que éstas sean consideradas. Porque restringiendo y estableciendo prejuicios nunca conseguiremos llegar al necesario equilibrio entre “razón” y “corazón” que pertenece por igual a la naturaleza humana.