Martes, Diciembre 03, 2024

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Por Diego Salvador Conejo

Este yacimiento se ubica sobre un cerro testigo a unos 820 m de altitud en el extremo oriental de la provincia de Toledo, en los límites con Cuenca, y dentro del término municipal de Corral de Almaquer a unos 3 km del pueblo. Los lugareños también conocen el paraje como Sierra de Almaguer. Dos recintos amurallados rodean al extenso castro de unas 18 hectáreas. Solamente ha sido excavada una pequeña superficie, ya que los presupuestos destinados a estos menesteres siguen dando para muy poco.

Este asentamiento se localiza en una zona periférica del mundo carpetano, limitado al sur por el río Riansares, según estudios de Valiente y Balmaseda (1983). El enclave se sitúa en una región de paso entre la Meseta sur, la Alta Andalucía y el Sureste peninsular, y todo apunta a que fue un lugar donde convergieron diversas influencias culturales. Las piezas cerámicas encontradas en el emplazamiento corraleño están inspiradas en modelos ibéricos, que se adaptan al gusto carpetano, menos creativo e imaginativo, más rústico, una peculiaridad que se plasma vivamente en la tosca iconografía y decoración de los vasos. Aunque por fortuna para los que vivimos en el centro de la Península y echamos de menos la relativa brillantez de culturas cercanas (vettones, celtíberos,…), ya se ha descubierto algún objeto en tierras carpetanas que puede echar por tierra esta impresión de modestia y humildad que envuelve todo lo carpetano. Me refiero a ese magnífico plato ceremonial de plata que se conoce como “la Medusa de Titulcia”, emblema de la cultura carpetana.

La ocupación del asentamiento de Cerro Gollino se dilata a través del tiempo en períodos alternos: desde los siglos VIII-VII a.C. hasta la Edad Media. El momento principal del poblamiento del cerro tiene lugar durante la II Edad del Hierro, en el siglo III a.C. Parece que se abandonó apresuradamente durante la primera mitad del siglo I a.C., puesto que las abundantes cerámicas romanas halladas y representativas del período son anteriores a esta época. Posiblemente, y por aventurar una arriesgada hipótesis no demostrada hasta la fecha, su destrucción y abandono tuvo lugar en el marco de las guerras sertorianas, que devastaron especialmente esta zona del centro peninsular entre los años 77 y 74 a.C.

El momento principal del poblamiento del cerro tiene lugar durante la II Edad del Hierro

El Cerro del Gollino podría estar relacionado con grandes centros como Consuegra (la Consabura romana), Yeles y Mora, que presumiblemente formarían una especie de Lugares Centrales dentro de una estructura jerarquizada del área carpetana al final de la II Edad del Hierro, a juicio de Santos Velasco (1988). Posiblemente fuese la inestabilidad generada por el conflicto bélico desencadenado entre púnicos y romanos por la hegemonía del Mediterráneo central y occidental la que obligase a una rápida construcción de defensas artificiales adecuadas y adaptadas a la topografía del relieve. Por desgracia, esta concordancia no está demostrada.

Los materiales cerámicos encontrados en Cerro Gollino son de origen tanto autóctono como foráneo. Entre las cerámicas indígenas encontramos las fabricadas a mano. De las cerámicas a torno destacan las jaspeadas o a brochazos (características del mundo carpetano), encontradas en baja proporción respecto a otras tipologías. Y los vasos de tipo ibérico, rojizos o anaranjados, pobremente decorados, de pequeño tamaño, pero finos y muy bien torneados y acabados. Aunque nada que ver con la brillante iconografía contemporánea que se creaba en centros alfareros del Sureste, Levante, Teruel o en la misma Numancia, de nefasta evocación para los romanos hasta que Publio Cornelio Escipión Emiliano, el destructor de Cartago, se hizo cargo de tan espinosa cuestión, zanjándola de un plumazo, cuando arrasó la capital arévaca el año 133 a.C.

Los materiales cerámicos encontrados en Cerro Gollino son de origen tanto autóctono como foráneo

Una calzada romana unía a través del asentamiento de Cerro Gollino/Sierra de Almaguer, ciudades interiores como Segontia (Sigüenza, Guadalajara) con la costera  Cartago Nova (Cartagena), enlazando con el centro minero de Cástulo (muy próximo a Linares, Jaén). Siguiendo esta vía debió hacerse presente en el enclave corraleño gran parte de la cerámica importada, descargada en el amplio puerto mediterráneo cartagenero. Entre estos objetos cerámicos traídos allende los mares se han hallado vasos y fragmentos itálicos de tipo campaniense, que datan del período que transcurre entre finales del siglo II a.C. y el año 50 a.C. Destacan las ánforas denominadas de tipo Dressel I, cuya tipología es característica del siglo II a.C., también de origen itálico y que transportaron el famoso vino de Campania, caldo espirituoso capaz de competir ya por aquel entonces con los vinos hispanos. Pero no todas las cerámicas importadas son de procedencia itálica. Se ha encontrado una urna decorada con imágenes de peces y liebres, procedente de Elche, importante centro comercial del sureste peninsular, encuadrado dentro de un mundo ibérico brillante y luminoso como el mar que lo baña, en violento contraste con la austera aspereza mesetaria, de clima ya bastante riguroso de por sí.

Probablemente la abundante presencia de cerámicas romanas en este asentamiento implica una temprana romanización de la Carpetania, algo que pudo haber incidido en la supuesta neutralidad o la no beligerancia carpetana en las guerras celtibéricas y lusitanas de mediados del siglo II a.C. Los carpetanos, no obstante se vieron involucrados en los conflictos sertorianos años después, quizás a su pesar. Un tema en verdad delicado del que no se tiene mayor información. Lo más probable es que en nuestro enclave se diese cierto equilibrio entre los rasgos culturales indígenas y los foráneos. En Cerro Gollino coexisten ambos: el hábitat indígena del territorio y las formas cotidianas de vida doméstica (el inevitable emplazamiento fortificado en altura y las no menos inevitables viviendas de planta cuadrangular/rectangular erigidas con zócalos de piedra y paredes de adobe) parecen evidenciar estilos vitales autóctonos. Formas de vida tradicionales matizadas por el conocimiento y utilización de fundamentos materiales y mentales romanos: vasos importados, ánforas, etc. O por la presencia in situ de individuos de origen itálico en el enclave. Estas personas pudieron ser recaudadores, militares, comerciantes, aventureros o simplemente granjeros en busca de nuevas tierras y algo de fortuna. Estaríamos ante un caso de migración colonizadora de familias enteras procedentes del centro saturado de un imperio, el romano, en movimiento hacia los nuevos territorios provinciales en búsqueda de oportunidades y mejores condiciones materiales.

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