La irrupción de las operadoras de teléfonos o señoritas telefonistas (tal como se las conocía a principios del siglo XX) en el mundo laboral supuso uno de los primeros y definitivos pasos en el cambio de rol de la mujer en la sociedad. Según una cita de la época, la mujer española solo podía ser “reina, maestra o telefonista”.
Para ser reina, la demanda profesional era muy limitada, ser maestra era una profesión en alza mientras que ser telefonista era la muestra de que la pujante industria telefónica, además de cambiar las comunicaciones definitivamente, también estaba modificando el panorama laboral. Las mujeres no solo empezaban a depender de sí mismas, sino que lo hacían formando parte de la industria que sentaría las bases para la creación del mundo moderno.
Sirva este pequeño artículo como homenaje: a Sixta y Concha García Nieva, Rosalía y Felisa Oliveros, María y Carmen Pérez Juana, Antonia Aguado y Carmina Comendador. Corraleñas que en algún momento del siglo XX y desde la España rural también formaron parte de esta revolución.
TEXTO: José María Aparicio
Cables y clavijas
El pequeño cuarto pobremente iluminado soporta la monótona conversación entre dos jóvenes señoritas a las que en el tono se les aprecia un ligero aburrimiento. Frente a ellas un extraño artefacto cuyo soporte a suelo se asemeja a una máquina de coser Singer por el que se elevan un gran número de cables de considerable grosor, recubiertos de fibra y terminados en clavijas unipolares de conexión, alineadas en el tablero horizontal del artefacto tras atravesarlo. Montados en ese mismo tablero se observan diversos conmutadores de palanca y sobre él se eleva un voluminoso panel de madera que cuenta con múltiples perforaciones numeradas y alineadas en 10 filas y 10 columnas y, sobre ellas siguiendo idéntico patrón, el mismo número de pequeñas compuertas circulares. La parte izquierda del panel dispone de una horquilla sobre la que descansa un prehistórico auricular telefónico.
La apertura súbita de una de las múltiples compuertas del panel dejando a la vista un número, despierta de su aletargo a las dos mujeres. La más joven de las dos, extrae un cable con clavija y lo inserta en la perforación correspondiente al mismo número que ha quedado a la vista, después agarra el auricular
- ¿Dígame? – Pregunta dirigiendo la voz clara hacia el micrófono.
- Sixta, hermosa, anda ponme al aparato con Doña Asunción que tenemos que preparar lo de la función de la virgen, aunque el número no me lo sé todavía.- Se oye a través del auricular.
- No se preocupe que enseguida la paso.- Responde Sixta diligente.
La joven, conecta sin dudar el otro extremo del cable también con clavija a otra de las perforaciones y activa uno de los conmutadores de palanca que emite un repetitivo tono de llamada hasta escuchar.
- ¿Dígameeeee?
- Doña Asunción, le paso una llamada.- Contesta Sixta elevando un poco la voz.
Sixta abre la llave que establece la comunicación a través de las dos clavijas insertadas entre las dos privilegiadas abonadas y mantiene el auricular pegado a la oreja para cuando termine la conversación revertir el proceso. Mientras, la otra joven, su hermana Concha, pone en marcha un minutero y anota la llamada en el libro de registro.
La supuesta y plausible escena ocurre en los albores de los años treinta del siglo pasado, el artefacto (ya lo han adivinado) era la primera “centralita manual de batería local” de telefonía que con capacidad para 100 abonados tuvo Corral de Almaguer. Tanto estas centralitas como los primeros teléfonos funcionaban con la electricidad generada a través de la magneto, una batería local que producía electricidad al frotar unos imanes y que se accionaba girando una manivela
Sixta y Concha García-Nieva, por supuesto, las primeras “señoritas telefonistas” de las que esta villa tiene memoria. Pero antes de seguir, permítanme un poco de pedagogía histórica para situar en contexto nuestra historia.
La primera “centralita manual de batería local” de telefonía que tuvo Corral de Almaguer tenía capacidad para 100 abonados.
Breves notas sobre el nacimiento del teléfono.
Aunque hasta hace poco cualquier estudiante habría respondido “Alexander Graham Bell” a la pregunta de “¿quién inventó el teléfono?”, hoy sabemos que su autoría pertenece a Antonio Meucci, tal y como reconoció el Congreso de Estados Unidos en 2002.
Como en tantas historias de injusticia, el pobre inmigrante italiano Antonio Meucci no lograría el dinero suficiente para patentar el dispositivo que había inventado en 1857 y que había instalado en su casa con éxito para comunicar el sótano, donde tenía su taller, con la habitación de su mujer en la primera planta, donde esta languidecía aquejada de artritis.
En cualquier caso y adelantándose por unas horas a otro competidor, es Graham Bell quien lo patenta en 1876 y de la mano de quien despega la telefonía comercial en Estados Unidos en 1877. Un año más tarde se constató la primera conexión pública entre usuarios gracias a la instalación de una centralita manual. En un principio para la distribución de llamadas en estas centralitas manuales, la Compañía Bell empleó a niños, siguiendo la tradición de las oficinas de telégrafo. Los niños de 15 a 17 años, se encargaban de la parte superior de los paneles de conexión, y los más pequeños (10 a 15 años), de los paneles inferiores.
Las quejas de los abonados por el servicio prestado y una legislación más severa contra el trabajo infantil, hizo que los niños fueran sustituidos por mujeres
El rápido crecimiento exponencial de aparatos instalados implicaba la instalación de centralitas y una constante contratación de operadoras. Este vertiginoso crecimiento llevaba implícito una mayor demora en el establecimiento de las comunicaciones entre usuarios. Cuanto más larga fuera la distancia, más centralitas estarían implicadas, más operadoras tendrían que insertar las clavijas de la red y, en consecuencia, más tiempo habría que esperar para conseguir llegar al destinatario.
Otro de los peajes a pagar con el uso de este tipo de centralitas era la pérdida de privacidad, ya que las operadoras podían escuchar las llamadas, cortarlas o desviarlas.
Precisamente esta última circunstancia fue el origen que posibilitaría el siguiente paso de la telefonía, el invento de la centralita automática. Almon B. Strowger era dueño de una funeraria en Kansas City. En 1886, con el objeto de captar más clientes y mejorar su servicio decidió contratar un teléfono al que ya se empezaba a ver como indispensable en el mundo de los negocios. Para su sorpresa, la instalación del teléfono en la empresa fúnebre no solo no aumentó el número de clientes, sino que estos bajaron. Strowger acabó descubriendo que en la centralita manual de Kansas City, la telefonista que debía conectar las llamadas a su empresa realmente las estaba desviando a la funeraria de un competidor. La operadora era la esposa del dueño de la empresa competidora y cada vez que alguien llamaba a la centralita preguntando por una funeraria, ella simplemente los dirigía al negocio de su marido.
Cuanto más larga fuera la distancia, más centralitas estarían implicadas, más operadoras tendrían que insertar las clavijas de la red
Ese hecho llevó al empresario de pompas fúnebres a desarrollar un sistema que permitía al usuario llamar directamente marcando desde su propio teléfono el número al abonado con el que se quería comunicar. Así se podía prescindir de los servicios de las operadoras. Habían nacido las centrales automáticas
A pesar de la comodidad de la centralita automática, las centralitas manuales persistieron con fuerza hasta los años 60 (en España, la última centralita manual se desmonto en 1989), debido a esto las operadoras telefonistas fueron asumiendo nuevas responsabilidades y funciones más allá de la simple conexión de clavijas.
Las señoritas telefonistas
Aunque en España las primeras pruebas telefónicas (al igual que en Estados Unidos) también se datan en 1877, éstas estaban limitada a los ámbitos científicos, oficiales y algunos inversores visionarios que crearon sus propias líneas en Barcelona y Madrid. La confusa regulación administrativa sujeta a los sucesivos cambios políticos entre conservadores y liberales de la Restauración lastraron una progresión racional de la red telefónica hasta comienzos del XX. En 1882, el Estado fijaba la telefonía como servicio público mediante concesiones a particulares para explotar redes locales reducidas a cierta distancia, a períodos limitados de tiempo y otros detalles, a menudo, cambiantes. En 1890 se trató de reorganizar el caos de licencias vigentes.
De esta última reorganización cabe destacar en nuestra provincia la figura de Isabel González-Alegre, mujer proveniente de familia de empresarios y emprendedores (su padre fue uno de los promotores del ferrocarril en Toledo). Isabel consiguió la concesión de la red telefónica urbana de Toledo en 1890 (previa autorización marital ante notario por el hecho de ser mujer). De esta forma fundó la empresa “Centro de Teléfonos de Toledo” que daría pie a la instalación en 1891 del primer locutorio público en Toledo y en 1893 del primer centro local, en Ajofrín desde donde se podía acceder a un centro superior para conectar con cualquier lugar del mundo.
Hubo que esperar hasta 1924 para que el sector acabara concentrado bajo una misma compañía con la creación de la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), que de acuerdo al contrato con el Estado pasaba a hacerse cargo en régimen de monopolio del servicio telefónico, apropiándose de las redes y concesiones previas. De esa forma Telefónica empezaba a gestionar los 83.000 teléfonos instalados en esa fecha en toda España.
En nuestro país, el trabajo de telefonista empezó a ser realizado por hombres, pero ya en 1881 empezaron a ser sustituidos por mujeres. Las razones para la incorporación de mujeres eran obvias, además de cobrar menos que los hombres, carecían de derechos sindicales, lo que aseguraba escasa conflictividad laboral. También se tenía en cuenta que las mujeres dispensaban mejor trato a los abonados, su tono de voz era menos agresivo y disponían de gran habilidad manual.
El trabajo de telefonista empezó a ser realizado por hombres, pero ya en 1881 empezaron a ser sustituidos por mujeres.
Aunque variaban ligeramente entre compañías, los requisitos para ser telefonista a principios del siglo XX implicaban: ser soltera (casarse suponía obligatoriedad de dejar el trabajo), certificado de buena conducta y pasar un examen médico que certificará que no tenían problemas de vista y asegurara que sus habilidades manuales no estaban afectadas de ningún problema. Además debían de superar unas pruebas que exigían conocimientos de las cuatro reglas básicas de la aritmética, geografía general, algo de historia, cultura general y un dictado que verificara una correcta ortografía. Estos requerimientos en la práctica supusieron que el oficio de telefonista fuera la profesión elegida por muchas jóvenes de clase media, ellas proyectaron la imagen de la mujer moderna, signo de que los tiempos estaban cambiando.
En esos días, las condiciones de trabajo, sobre todo en los centros interurbanos, eran penosas. Horarios que iban de 7 a 10 horas ininterrumpidas (apena una pausa de 15 minutos para comer o ir al baño), salas mal ventiladas y calefacciones restringidas. A todo ello había que sumar que, con frecuencia, tenían que escuchar cómo eran increpadas por algunos clientes y se enfrentaban a pérdidas de sueldo debido a sus quejas, En algunos centros la actividad incluso se realizaba de pie.
Clara Campoamor, la famosa política y escritora (una de las principales impulsoras del derecho al voto femenino en España que se logró en 1931) que fue telefonista a principios de siglo, contaba en una entrevista que, en su caso, trabajaban de pie y que tenían que hacer grandes contorsiones para poder unir las llamadas. “Llegamos a adquirir una esbeltez y una agilidad de titiriteras”, aseguraba.
Con el advenimiento de la Segunda República, mejoran los horarios y las pausas para la comida. Además, las telefonistas ya no pierden su trabajo al casarse ni tampoco cuando tienen hijos. Las operadoras de Telefónica tienen incluso subsidio de maternidad.
¿Dígame? Las corraleñas del cable
Pero volvamos al pequeño cuarto donde comenzábamos. La terrible guerra civil hace ya más de una década que quedó atrás. Sixta y Concha ya no son aquellas jóvenes de los comienzos. A los primeros aparatos instalados en ayuntamiento, despacho parroquial, algunos negocios y en los más pudientes domicilios particulares se han sumado los de nuevos abonados, reflejo de una penosa recuperación económica y el ascenso social de cierta clase de agricultores. La centralita primigenia ya no era suficiente y ahora cuentan con una más de otros 100 abonados, en la que las compuertas, indicadoras de llamada entrante, han sido sustituidas por luces con la misma función. También cuenta con un timbre de aviso y dispone de nuevos elementos auxiliares de medida, tarificación de las llamadas y de marcación, para permitir la interconexión con las centralitas automáticas. Todo ello hace más fácil el trabajo, reduciendo las distracciones. Aun así y con esa desconfianza que crece con la edad, Concha, puntillosa, sigue anotando diligentemente origen, destino y duración de las llamadas.
Hoy, y aun que ya cuentan con el apoyo de María Pérez Juana, debido al incremento de trabajo experimentado en los últimos años, Concha, mientras Sixta prepara la comida, está adiestrando a sus sobrinas Rosalía y Felisa, y a las que pronto se añadiría Antonia Aguado, en los secretos de la profesión.
- Vamos a ver-dice Concha con gesto adusto dirigiéndose a sus jóvenes sobrinas- si cuando se ha encendido una luz y tú metes la clavija en el agujero de abajo y te dicen, “Señorita, póngame con Getafe”. Entonces vas tú y le dices “¿qué número quiere usted de Getafe? ¿Lo habéis entendido?
Las dos jóvenes asienten ante el gesto admonitorio de su tía, que prosigue con las explicaciones.
- Si os llega una llamada de Madrid, que fulana quiere hablar con su madre que no tiene aparato, por ejemplo, y que la va a llamar por la tarde -dice Concha, cogiendo una libreta que muestra a sus sobrinas- entonces, rellenáis una hoja de aquí, que se llaman “avisos de conferencia” y se lo lleváis a su madre y le tenéis que decir, “pásese usted a las 5, que la va a llamar su hija”. ¿Queda claro?
De nuevo las jóvenes asienten con ligero fastidio. Como sobrinas han pasado mil y una tarde en la centralita, así pues, conocen al dedillo el abecé del oficio, por lo que Rosalía, un tanto respondona, contesta.
- Que sí tía, que sí, que ya nos lo ha “explicao” usted mil veces.
-¡Pues hala! Pa’ casa a comer, que hoy tiene que venir una pa’ aprender el turno de noche.
Cuando las jóvenes están a punto de marchar, hace su aparición Sixta, quien viene a ocuparse de la continuidad del servicio.
La tarde suele venir acompañada de un incremento de la actividad, no solo por el aumento de comunicaciones entre abonados, sino que los que no disponen de teléfono y necesitan hablar con el exterior suelen utilizar el horario vespertino para acercarse al locutorio adjunto al cuarto de la centralita para hacer sus llamadas, que también gestionan las señoritas telefonistas.
Llegada la noche, con una actividad relajada y antes de que la somnolencia aparezca intermitente, Sixta, aprovecha para contar a una de sus sobrinas como la Compañía Telefónica, cuando buscaba local para situar su primera centralita, contactó con el abuelo Alberto, al ver que disponía de espacio suficiente encima de la ferretería-droguería de la que era dueño. Su ubicación, en la calle más floreciente y céntrica de Corral, la conocida como “calle Las Tiendas” (calle Díaz Cordovés) y el hecho de contar con dos hijas jóvenes con la instrucción suficiente como para afrontar el trabajo de telefonistas, acabó de convencer a Telefónica. Por lo que le dieron la concesión de la centralita y remodelaron la primera planta para acomodarla a su servicio, comprometiéndose a rehabilitarla el día que lo dejaran.
Son las cinco de la mañana. El sueño ha vencido ligeramente a tía y sobrina. Súbitamente.
- Tilín! ¡Tilín! Campanitas de la Virgen- puntual a su cita diaria, la operadora de la central de Logroño contacta con todas las centrales de España, para convocar a todas las telefonistas a rezar el rosario poco antes de que los transportistas comiencen a llamar.
- Verás cómo cuando acabemos el rosario, no tardan en llamar desde la fonda de Avilés o desde la de Doña Obdulia – instruye Sixta con confianza premonitoria a su sobrina.
Al poco de cumplidas las obligaciones religiosas, entra una llamada.
- Señorita, póngame con la empresa de transportes COTRANSA en Cartagena, el número es…- La llamada proviene de la fonda de Avilés y Sixta sonríe.
El final de una época
La centralita manual de la calle de las tiendas fue desmontada a finales de los 70, Telefónica la sustituyó por una centralita automática que ubicó en la zona del depósito del agua. La vivienda fue rehabilitada a su condición original tal y como se había comprometido. Sixta y Concha murieron pocos años después. Rosalía y Felisa hoy ven asomarse el final de su existencia desde una residencia, ¡ojalá tarde muchos años si eso no las hace sufrir! María Pérez Juana siguió ejerciendo de Telefonista en la central de Getafe, con ella estuvo trabajando su hermana Carmen. Antonia Aguado se casó y dejó el oficio.
La centralita manual de la calle de las tiendas fue desmontada a finales de los 70.
No queremos olvidarnos aquí de Carmina Comendador que, aunque no nacida en Corral, lleva casi cincuenta años viviendo en nuestra localidad a la que desde el corazón siente suya. Carmina ejerció de telefonista de los 14 a los 18 años en la centralita manual de Ocaña, gemela a la instalada en Corral de Almaguer. Comenzó en 1939 y aquel trabajo supuso una pequeña ayuda a la familia para sortear la pobreza. Cobraba 150 pts. al mes (no llegaba al euro), por supuesto sin ningún otro beneficio social o derecho (En eso todavía había una gran diferencia con respecto a las contratadas directamente por Telefónica). Carmina recuerda la constante saturación de las líneas y como para establecer una comunicación desde Ocaña a Tarancón debía de pasar previamente por la centralita de Santa Cruz de la Zarza, por lo que una llamada entre esas localidades podía demorar hasta dos horas. Por no hablar de lo que se podría tardar para llamar a Barcelona.
El trabajo permitió a este conjunto de mujeres ser conocedoras de primera mano de secretos y mentiras, nacimientos, bautizos, comuniones y muertes, aun sin necesidad de escuchar las conversaciones. El ventanuco que separaba el cuarto de la centralita con el pasillo de acceso al locutorio a veces oficiaba de improvisado confesionario cuando los solicitantes o solicitados de llamada externa desahogaban la pena o contaban la alegría que les había llevado hasta allí, a veces solo chismorreo. Si la información es poder, ellas eran mujeres poderosas. Poder en la sombra, nunca expresado, porque ellas siempre hicieron gala de la discreción como bandera.
Agradecimientos:
- Marcelo Oliveros sobrino de Sixta y Concha y hermano de Rosalía y Felisa aportó muchos detalles de la centralita cuya concesión tuvo su abuelo Alberto.
- Carmina Comendador nos hizo ver que no todo era de color de rosa para aquellas mujeres pioneras.
-Juan Molero Conde aportó la idea del articulo y buceó en el archivo fotográfico de telefónica.
Referencias:
-https://www.fundaciontelefonica.com/arte_cultura/patrimonio/archivo_fotografico/
-https://historiatelefonia.com/2015/07/31/telefonistas-en-espana/
-http://www.libropatas.com/libros-literatura/la-vida-secreta-de-las-senoritas-telefonistas/