b_280_300_16777215_00_images_fotos_eventos_quijote-etica.JPGAlgunos años antes de que Descartes planteara su método cartesiano, Miguel de Cervantes ya había sembrado de dudas El Quijote: ¿Dónde nace?, ¿quién es?, ¿cuál es su nombre real?, ¿dónde muere?... Estas son, al menos, las cuestiones que se desprenden de la conferencia magistral que Manuel Fernández de la Cueva Villalba impartió el pasado sábado sobre la ética en El Quijote, dentro del programa de actividades culturales de verano de la Fundación Rico Rodríguez.

Lo primero fue situar a Miguel de Cervantes Saavedra en su contexto histórico y remarcar los principales hechos que en el ámbito social y artístico se producen en esa época. Cervantes vive en un momento de transición drástica desde los postulados de la teología escolástica al naturalismo que impregna todos los ámbitos del saber, colocando al ser humano como medida de las cosas. Es consciente de que escribe la primera novela moderna de la literatura española (quizás de la universal) pero en ningún momento es considerado filósofo, aunque ya en El Quijote aparezcan esbozados los postulados que más tarde desarrollaría el racionalismo cartesiano: la duda metódica. A través de los sentidos se percibe la realidad, el razonamiento lleva al conocimiento, pero alguna fuerza “maligna” puede distorsionar la realidad. ¿Por qué percibe don Quijote los molinos como gigantes? ¿Quién realiza la mutación que atribuye al sabio Frestón?

Don Quijote es un personaje de ficción sin pasado, sin un nombre definido que se mueve en los principios morales escolásticos: Dios, Naturaleza y ley humana (en su caso la de caballería). Bajo el supuesto paraguas de la locura, don Quijote es atrevido y pone todo su empeño en lo que hace, con un altruismo limitado, porque tiene un porqué vivir y un cómo. Su vida es, por tanto, una aventura.

La preocupación ética de Cervantes incorpora la figura de Sancho Panza para desarrollar la dualidad moral de los personajes. Si don Quijote es el atrevimiento que se debate entre la verdad o falsedad del conocimiento, Sancho es la moral práctica, que a través de sus refranes se convierte en árbitro de las actuaciones y encarna la fidelidad del amigo que cuida cada instante y es capaz de afrontar todas las dificultades siendo como es. Merece la pena repasar las soluciones que da a los litigios que se le presentan como gobernador de la ínsula Barataria.

El Quijote puede ser, en definitiva, el espejo literario en el que mirarnos, que pone en cuestión la seguridad que podamos tener acerca de la verdad conocida. Una novela que Manuel Fernández de la Cueva presentó como clásica porque interpreta su época y es una obra a la que generaciones posteriores vuelven permanentemente, una obra atemporal enmarcada en un espacio sembrado de incógnitas que merece la pena leer poco a poco.

 

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