Corral de Almaguer vibró el pasado sábado 2 de agosto con la celebración de una de las citas más esperadas del verano: la Fiesta Papillón, organizada por la asociación Amigos de Corral. Una noche que sirvió no solo para rendir tributo a décadas gloriosas de la música de baile, sino también para reconectar con una identidad colectiva forjada a golpe de pista, luces estroboscópicas y vinilos inolvidables.
Más de 600 personas se congregaron en la Discoteca Plató, donde se evocó el espíritu hedonista de la mítica Papillón, aquella discoteca que durante los años 70, 80, 90 y 2000 fue el templo de la diversión en la comarca. En un mundo actual saturado por el omnipresente reguetón, esta fiesta ofreció un refugio a los nostálgicos del pop, el rock, el funk, el tecno y tantos otros géneros que marcaron generaciones enteras.
La noche transcurrió con una temperatura sorprendentemente benigna —la anunciada ola de calor decidió no hacer acto de presencia—, lo que dejó el ambiente perfecto para lanzarse a la pista sin miedo al sudor o al colapso. La pista se convirtió en una cápsula del tiempo, donde los asistentes redescubrieron el arte de bailar como forma de resistencia, de celebración y de reencuentro.
Una de las joyas de la noche fue, sin duda, el photocall temático que rememoraba la época dorada de la música disco. Las poses estudiadas se mezclaban con móviles de última generación, capturando el contraste entre pasado y presente. En pleno siglo XXI, nadie quiere irse sin su recuerdo visual, y en esta fiesta, todos se llevaron su retrato digno de Studio 54.
Pero más allá del desenfreno festivo, la fiesta tenía también un objetivo solidario: todos los beneficios se destinarán a financiar las excavaciones arqueológicas que Amigos de Corral impulsa en el cerro del Gollino, un proyecto que conecta la historia milenaria del municipio con su vibrante presente cultural. Baile y arqueología, pasado remoto y pasado reciente, unidos por el mismo latido comunitario.
La noche terminó sin incidentes, sin lesiones de cadera —que ya es decir en según qué coreografías— y con la satisfacción de haber bailado hasta el amanecer por una buena causa. La Fiesta Papillón no solo fue un ejercicio de nostalgia bien entendida, sino también una prueba de que, pese a los nuevos ritmos, aún queda espacio para la música que nos hizo quienes somos.
Y es que, por una noche, en Corral, volvió a escucharse fuerte el eco de una consigna irrefutable: danzad, danzad, malditos. Y así lo hicieron.