Sábado, Septiembre 07, 2024

b_280_300_16777215_0_0_images_com_osgallery_gal-26_original_b-alba-000437B5DC8-474B-BC8D-7551-8A32F36A59EA.jpgCon ilusión y un gran esfuerzo, no exento de riesgo, las mujeres de la asociación El Manantial presentaron el pasado nueve de diciembre el montaje realizado por ellas mismas de La casa de Bernarda Alba ante un público entregado que llenaba la sala. Un texto que si Lorca tuviera que escribirlo ahora, tendría algunas cosas que revisar.

“En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle”. De esta forma, y sin levantar la voz, deja claro Bernarda Alba su poder y el total control absolutista de cuando se mueve a su alrededor, nada sucede sin que ella lo sepa u ordene. Bernarda está sujeta a los condicionamientos sociales de su clase, que la obliga a una conducta ritualizada acorde a su posición, una posición que parece estar solo en su mente y su orgullo, y que traslada a sus hijas para salvaguardarlas de la tiranía de la asfixiante murmuración ajena, de la que quiere mantenerse al margen pero a la que acude de continuo, a través de La Poncia, la eterna criada que conoce todos los secretos de la casa y los mantiene callados junto al rencor que guarda hacia su ama, una mujer a la que el orgullo la lleva a imponer su ley en su dominio, consciente de que fuera de él no es nadie.

Dos elementos esenciales protagonizan la trama de la obra: la casa y Pepe el Romano. La casa es la prisión donde convive Bernarda con sus hijas, donde se produce toda la tensión, los celos, la rabia (“una tormenta en cada cuarto”) y la absoluta falta de libertad que asfixia las relaciones. La figura de el Romano es la entidad abstracta sobre la que se focalizan los deseos de libertad de todas las hermanas, un personaje que está presente todo el tiempo sin aparecer en escena. Es la tabla de salvación a la que se agarran, sobre todo Adela, la menor, la que más necesita respirar el aire libre y salir al exterior, la que con mayor intensidad se opone a la situación; como María Josefa, la madre Bernarda que vive en una prisión más reducida dentro de la prisión de la casa: “Quiero un varón para casarme y tener alegría”. Pero la rebeldía de Adela es personal e insolidaria, sin contemplar la colaboración de las demás en su lucha. Ante todo lo que sucede, la reacción de Bernarda es muy clara: “Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro”.

Todo esto sucedía sobre las tablas en la escenificación de La casa de Bernarda Alba ofrecida por la asociación El Manantial. Que las actrices lo hicieran más o menos bien o que el montaje pudiera tener defectos no es lo más importante. La importancia de esta representación, realizada por aficionadas, es el valor de subirse al escenario con un texto tan complicado y ofrecer una actividad cultural que hay que aplaudir y animar para que tenga continuidad.

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